La Posada San Francisco es como un oasis para quienes tienen como techo el cielo y como cama la calle. Los huéspedes encuentran refugio y esperanza para continuar su travesía.
Son las 16:00, una pertinaz lluvia ahuyenta a los transeúntes. No es raro, es la muestra de un copioso invierno. En marzo las lluvias llegaron retrasadas, después de un prolongado y agónico verano en la andina ciudad de Cuenca.
Afuera de la Posada San Francisco, ubicada en el centro de la ciudad, poco a poco van llegando hombres, mujeres, niños y ancianos. En su mayoría son migrantes venezolanos y colombianos. La aglomeración no es casual, pues en pocos minutos, la posada abrirá sus puertas para el ingreso de los peregrinos. Aquí recibirán alimentos y una cama caliente para pasar la noche.
La posada tiene cerca de cincuenta años de funcionamiento, en su origen tenía el fin de dar acogida temporal al peregrino que llegaba a la ciudad por múltiples necesidades. Hoy es una de las obras sociales más grandes que tiene la Arquidiócesis de Cuenca.
Los servicios son temporales: hospedaje nocturno por un periodo máximo de tres meses, y alimentación hasta por un lapso de siete días.
Agustín Sucozhañay el administrador de la posada, comenta que el albergue está destinado a personas en situación de vulnerabilidad. Aquí reciben almuerzo y merienda de lunes a viernes. El hospedaje temporal emergente funciona de lunes a domingo. La capacidad es de cincuenta personas en el hospedaje y ochenta en el comedor.
Esta obra funciona gracias a una alianza interinstitucional entre la Arquidiócesis de Cuenca, Municipalidad de Cuenca, Programa Mundial de Alimentos (ONU), HIAS y ACNUR. Con las dos últimas se trabaja en rutas de salida para los migrantes que quieren radicarse en la ciudad.