En la Carta Apostólica “Admirabile signum”, sobre el significado y valor del pesebre, el Papa Francisco habla sobre los signos y personajes que aparecen en escena:
El cielo estrellado en la oscuridad es signo del mundo que caminaba en tinieblas hasta la llegada del Salvador. También recuerda nuestra vida envuelta en la noche de tantas dificultades, pero, aun en esos instantes, Dios no nos deja solos, su cercanía nos trae luz y paz.
La creación entera participa en la fiesta de la venida del Señor, por eso aparecen los ángeles, las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores. Dios ha puesto su obra creadora en nuestras manos para que la cuidemos. Estos signos son una llamada a comprometernos con el medio ambiente y los pobres.
Los pastores se convierten en los primeros testigos de la salvación que Dios nos ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama -con manso poder- la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.
Todo en el pesebre nos lleva a la gruta del nacimiento, donde están las figuras de María y José. María es la madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su obediencia plena a la voluntad de Dios es para nosotros testimonio de abandono en las manos del Señor. La Madre de Dios no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).
Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.
El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos. El pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.
Las tres figuras de los Reyes Magos nos recuerdan que estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene, de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia, la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.