Este domingo celebramos la fiesta de Jesús, Buen Pastor. Conmemoración que nos invita a seguir al Pastor que nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Él conoce a sus ovejas y las ama. Ellas lo siguen porque se sienten seguras en su regazo.
Esta fue la experiencia de mucha gente que se encontró con Jesús cuando visitaba los pueblos y ciudades. Lo seguían y aclamaban, descubrían en Él al auténtico salvador. Eran los pecadores a los que había perdonado, leprosos y enfermos que había curado, hombres liberados del poder del maligno, familias pobres que habían recibido con alegría el pan y los peces de las multiplicaciones milagrosas. Hoy las multitudes también lo siguen: pobres y desamparados, pecadores que ante Jesús no se sienten acusados ni marginados. Nos unimos a ellos porque reconocemos que nuestras debilidades y miserias solo en Él encuentran curación.
“Jesús es el Buen Pastor, las ovejas escuchan su voz y lo siguen. No era ni un fariseo casuístico moralista, ni un saduceo que hacía negocios políticos con los poderosos, ni un guerrillero que buscaba la liberación política de su pueblo, ni un contemplativo del monasterio. ¡Era un pastor! Un pastor que hablaba la lengua de su pueblo, se hacía entender, decía la verdad, las cosas de Dios: no negociaba nunca las cosas de Dios, pero las decía de tal forma que el pueblo amaba las cosas de Dios. Por esto lo seguían.
A mí, ¿a quién me gusta seguir? A quienes me hablan de cosas abstractas o de casuísticas morales; los que se dicen del pueblo de Dios, pero no tienen fe y negocian todo con los poderes políticos, económicos; los que quieren siempre hacer cosas extrañas, cosas destructivas, guerras llamadas de liberación, pero que al final no son el camino del Señor” (Cf Homilía del Papa Francisco, 26 de junio de 2014).
El encuentro con Jesús vivo ha dado inicio a nuestra vida cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente por medio de la oración, la celebración gozosa de la Eucaristía y la experiencia del perdón. Encuentro que también se produce cuando escuchamos y socorremos al hermano, pues sigue hablándonos en el grito de los que sufren, en el clamor silencioso de tantos niños a los que se les arrebata el derecho a vivir.
La respuesta de quien escucha al Buen Pastor no puede ser momentánea, un sentimiento pasajero. Quien decide ser amigo de Jesús cambia su forma de pensar y de vivir, deja a un lado sus criterios y comodidades, busca una sincera conversión. Se despoja de sus caprichos y profundiza en el conocimiento de Jesús, hace suya su doctrina de amor. Decide seguirlo e imitarlo. Le da importancia a la vida sacramental y a la formación en la fe. Se convierte en discípulo que persevera y da testimonio con obras de misericordia.
Esta nueva vida se va desarrollando en la comunidad familiar, en el ambiente laboral, en la parroquia y en diversos apostolados de servicio con los que manifiesta su amor a Cristo y solidaridad con el prójimo.
Si el discípulo tiene a Jesús en su corazón, siente la necesidad de compartirlo, pues la alegría no puede ocultarse. Anuncia la Buena Nueva del Hijo de Dios muerto y resucitado, construye el reino con su palabra, su vida y el auténtico amor. Este es el camino de discípulos misioneros, de los que siguen al Buen Pastor.