La buena noticia de la resurrección cambió para siempre nuestra existencia. La muerte no tiene la última palabra. Esta es la gran verdad que los cristianos hemos profesado y predicado desde hace dos mil años. Jesucristo, muerto y resucitado, es la prueba suprema del amor de Dios porque su misericordia es eterna.
Ante el vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente su infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El Papa Francisco, recordando esta fiesta, nos dice que el anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que los periódicos están repletos de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito familiar, terroristas que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles, corrupción y venta de armas, noticias sobre la propagación del COVID 19 y la muerte de millones de personas.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza al mundo entero, especialmente a nuestro país, que en pocos días elegirá a sus nuevos mandatarios. Hoy encomendamos al poder del Señor resucitado el destino de nuestra patria, para que nos ilumine y elijamos a quienes se comprometan a trabajar por el bien común, sirviendo con honestidad y transparencia, defendiendo la vida de todos.
Que sepamos elegir a quienes busquen la unidad, porque la división destruye y fomenta la violencia entre hermanos. Los ecuatorianos esperamos que nuevo presidente imprima un cambio radical, luche contra la corrupción y respete la libertad del pueblo. Que tenga como carta magna el Evangelio del amor, la paz y la reconciliación. Que sepa escuchar siempre al pueblo, antes, durante y después de las elecciones. Que escuche la propia conciencia y sepa escuchar a Dios en la oración.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; Jesús es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre nuestro pueblo ecuatoriano, consagrado a su Divino Corazón.
Hoy somos enviados a buscar a Cristo resucitado en los hermanos. Lo encontramos donde dos o más se reúnen en su nombre, en nuestras familias, en la Misa de cada domingo, donde vivimos la experiencia de encontrarlo en la Eucaristía. Con la presencia real del resucitado, retomemos nuestras actividades llenos de esperanza, poniendo nuestro país en sus manos.