Es verdadera la corrección fraterna cuando está caracterizada por la caridad y la conversión. Siempre estar alerta ante la tentación de convertirnos en jueces, fiscales, sensores del hermano.
Si Dios procediera como fiscal estaríamos perdidos, pero él es benevolente, no se fija tanto en lo que somos o hemos sido, sino en lo que intentamos ser, mira nuestro esfuerzo.
Lo que llevamos dentro es lo que transparentamos. La boca habla de lo que está lleno el corazón. ¿De qué hablamos? De lo que llevamos dentro: dinero, sueldos, préstamos, gastos, bingos, inseguridad, política, sexo, desenfreno, rencillas, críticas, envidias. Estos son los temas que nos agobian. Muchas necesidades ficticias.
De la abundancia del corazón habla la boca. Por eso hablamos tan poco de valores, virtudes, como la solidaridad, fraternidad, convivencia, fe, misericordia, obediencia.
El Señor ha sembrado en nuestro corazón buena semilla, espera recoger buenos frutos: el respeto, perdón al que nos ha ofendido, generosidad, hablar bien del prójimo, evitar chismes y calumnias. Esto vale para toda la comunidad, pero especialmente para nosotros: sacerdotes, educadores, seminaristas, agentes de pastoral.
Para ilustrar estos pensamientos sobre la fraternidad, es bueno que tomemos en cuenta la valiosa reflexión del Papa Francisco en su Encíclica “Fratelli Tuti”, en la que manifiesta: “La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son condiciones de posibilidad no bastan para que ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad”. (N 103)
El Santo Padre, con su palabra autorizada, va más allá, cuando dice que nunca la fraternidad podrá darse de forma plena, mientras exista el individualismo, al cual califica de un “virus difícil de vencer”, En este sentido expresa: El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común” (N. 105).
Entonces, cabe preguntarnos: ¿Cómo vivir lo que Jesús nos enseña? Sin oración ni contacto con Dios es imposible. Debemos escuchar su Palabra y dialogar en el silencio con él. Esto es edificar sobre roca. Busquemos momentos de silencio y fraternidad que tanto necesitamos para llenarnos de Dios. Que no nos domine la cultura de lo inmediato, de la superficialidad, de lo insulso.
En el silencio de la oración, preguntemos: ¿Señor, que quieres de mí? Llena mi corazón de ti para hablar de ti y vivir lo que tú nos enseñas. Para tener palabras de aliento y comprensión ante los hermanos que buscan ayuda en sus necesidades.