La Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe se realizó bajo la mirada amorosa y maternal de la Virgen de Guadalupe. Quien inició, como primera misionera, la evangelización de nuestros pueblos, nos sigue acompañando en medio de los gozos y esperanzas, alegrías y tristezas, llevando la luz del Evangelio de la misericordia, la paz y la reconciliación a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El trabajo realizado en la Asamblea nos invita a prepararnos para celebrar el Jubileo Guadalupano en 2031 y el Jubileo de la Redención en el 2033.
Quien nos convocó a este gran encuentro de fe fue el mismo Cristo resucitado, como lo hizo en Aparecida, para recordarnos que somos discípulos misioneros, enviados a dar testimonio de lo que hemos visto y oído. En la realización de la gran tarea de la evangelización, necesitamos de una profunda conversión misionera que nos lleve a salir de nuestras comodidades, para ponernos al servicio del Reino. Caminar juntos, guiados por el Espíritu Santo, es el gran sueño profético que debemos hacer realidad. Comunidades cristianas de puertas abiertas, donde los laicos sean escuchados y valorada la presencia de la vida consagrada, la sabiduría de nuestros ancianos, el ímpetu de los jóvenes y la inocencia de los niños. Necesitamos Comunidades donde nadie sea descartado y no se excluya la presencia del personaje más importante de nuestra vida: Jesús.
Hoy se habla mucho de inclusión, pero estamos dejando fuera de nuestros proyectos a Aquel que nos ha llamado, al que ha entregado su vida por nosotros; estamos ignorando y excluyendo la persona de Jesucristo, su enseñanza, sus palabras que jamás pasarán. La verdadera inclusión comienza abriendo nuestros corazones a la luz de Cristo para que venga y transforme nuestras vidas.
Con profunda alegría hemos participado en la Asamblea Eclesial con el aporte de cada parroquia, la escucha atenta de todo aquello que el Espíritu quiere decir a su Iglesia, viviendo una verdadera experiencia de sinodalidad. Hemos iniciado así el camino sinodal reconociendo nuestra diversidad, las necesidades y esperanzas de nuestros pueblos. Es la Iglesia samaritana y de la misericordia.
En un clima de oración y diálogo, quienes participamos como delegados, hemos descubierto los grandes desafíos pastorales que Dios nos llama a asumir con mayor urgencia, empezando por el más importante, el fundamento de todo nuestro quehacer pastoral: “la necesidad de trabajar por un renovado encuentro de todos con Jesucristo encarnado en la realidad del continente”.
También entre los desafíos están el acompañamiento a los jóvenes, las mujeres, la atención a las víctimas de los abusos de toda índole, la promoción de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, erradicar el clericalismo, la formación integral en los seminarios, el cuidado de la casa común, la valoración y divulgación de la doctrina social de la Iglesia, acompañar a los pobres, excluidos y descartados, entre otros.
La Iglesia es sinodal en sí misma, la sinodalidad pertenece a su esencia; por tanto, no es una moda pasajera o un lema vacío. Con la sinodalidad estamos aprendiendo a caminar juntos como Iglesia, Pueblo de Dios, involucrando a todos sin exclusión, en la tarea de comunicar la alegría del Evangelio, como discípulos misioneros en salida.