Todos los cristianos estamos convocados a la celebración del Jubileo 2025, porque es un acontecimiento del pueblo. Para los antiguos hebreos, el Jubileo era un año declarado santo. En esa época, la ley mosaica prescribía que la tierra, de la cual Dios es el único dueño, regresara al antiguo propietario y que los esclavos recuperaran la libertad.
Al comienzo de su predicación pública, según el Evangelio de Lucas, Jesucristo entró en la sinagoga de su pueblo, Nazaret. Aquel sábado, se leyó un texto de Isaías (c. 61) y le correspondió proclamarlo y comentarlo. Con esas palabras, se presentó como enviado del Padre para inaugurar un jubileo perfecto (el año de gracia del Señor) que se extendería a lo largo de los siglos siguientes y que los cristianos debían celebrar en espíritu y verdad: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año de gracia del Señor Lc 4, 18-19.
En palabras de Jesús, el horizonte del Año Santo se convierte en el paradigma de la vida del cristiano, que se ensancha y abarca todos aquellos sufrimientos que son el programa de la misión de Cristo y de la Iglesia. El año de gracia del Señor, es decir, de su salvación, incluye algunos gestos fundamentales, como la evangelización de los pobres, la libertad a los oprimidos y devolver la vista a los ciegos. Así, Jesús viene a traer la luz de la verdad al mundo que vive en tinieblas.
En nuestra época, los jubileos se celebran cada 25 años, con la realización de gestos muy concretos que nos comprometen a poner en práctica las obras de misericordia. El más emblemático y evocador es la apertura de la Puerta Santa: invitación a la oración, a ponernos en camino como verdaderos peregrinos, donde nos encontraremos con los hermanos. Así llegamos a los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
El Jubileo no nace como institución de la jerarquía; es manifestación de la fe del pueblo de Dios. Es el acontecimiento más popular en la vida de la Iglesia; de aquí nacen las peregrinaciones, procesiones, visitas a santuarios y lugares sagrados. Es tiempo de conversión y de cercanía. Nos llenamos de júbilo porque Dios Padre viene a nuestro encuentro para darnos el abrazo de la paz.
“Peregrinos de esperanza” es el lema del Jubileo 2025. Mirar el futuro con esperanza es confiar plenamente en la misericordia de Dios. También equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. La apertura a la vida, con una maternidad y paternidad responsables, es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor.
Preparémonos en nuestras comunidades y familias para celebrar el Gran Jubileo, tiempo de reconciliación, de libertad y de paz.
