“La relación con el Pueblo Santo de Dios no es para cada sacerdote un deber, sino una gracia. El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios. Es por eso que el lugar de todo sacerdote está en medio de la gente, en una relación de cercanía con el pueblo. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Jesús quiere servirse de los sacerdotes para estar más cerca del santo Pueblo fiel de Dios” (Papa Francisco).
Jesús se presenta al pueblo como ungido y enviado para evangelizar a los pobres. Es el protagonista, hermano, compañero, salvador y responsable de cada ser humano. El sacerdote, al participar de la misión de Cristo, participa también de su solidaridad y cercanía con el hombre y la mujer en su situación concreta. El amor por sus hermanos que sufren es parte del actuar apostólico del sacerdote, no es un apéndice en su vida.
Todo bautizado, pero principalmente el sacerdote, debe anunciar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre. No puede callar ante la suerte de los más pobres, de los jóvenes, las familias, los migrantes, los enfermos, los ancianos, los niños y las mujeres maltratadas. No puede dejar de reflexionar a la luz del Evangelio las situaciones de dolor, marginación, injusticia, corrupción y falta de transparencia en la sociedad. El mayor bien que se le puede hacer a los hombres de hoy es anunciarles que son hijos amados de Dios y que pueden hacer de sus vidas un don para los demás, que todos estamos llamados a servir y no a utilizar a los demás según nuestras pretensiones.
Especialmente cuando se trata de sectores conflictivos y difíciles, el sacerdote necesita misión, oración, inserción en la pastoral de conjunto, testimonio de pobreza y desprendimiento, independencia respecto de cualquier ideología y de todo sistema político y de poder. El pastor que dice la verdad, debe buscar siempre la unidad y predicar con el ejemplo de su vida.
Evangelizar significa hacerse cargo de la persona a la cual se anuncia el Evangelio, de modo que pueda expresarse y compartir sus alegrías y esperanzas, las preocupaciones por los suyos y todas las cosas que tiene en su corazón. El anuncio debe comunicar que la Palabra de Dios habla realmente a la existencia de las personas, con un lenguaje cercano, sencillo y materno; así se transmite fortaleza, ánimo e impulso para seguir adelante. Se expresa no mediante ideas abstractas, sino gracias a la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien.
La homilía reviste una importancia especial en la evangelización, en ella se percibe la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo, porque el predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo, para captar y responder las cuestiones que este le plantea. Se trata de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con algo que ellos viven, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra (Cf. Evangelii Gaudium, 154).
