Los sueños, en la Sagrada Escritura, representan el paso de Dios en la vida de quienes él elige para una misión. Los sueños nos movilizan, marcan el horizonte del Reino, cuestionan una realidad que nos duele, al mismo tiempo que revelan la fuerza de la vida que la habita.
En la Iglesia ecuatoriana, hacemos nuestro el sueño expresado en la encíclica Evangelii Gaudium, del recordado Papa Francisco: Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación (EG 27).
Los pastores de la Iglesia queremos expresar con audaz alegría nuestros sueños para la Iglesia que peregrina en el Azuay, como marco que inspire los diferentes proyectos, comisiones y actividades evangelizadoras en nuestras comunidades (Cf. Asamblea del Episcopado Ecuatoriano, 22.10.2020).
Soñamos con un Ecuador de equidad y desarrollo, donde los derechos de todos sean respetados, especialmente de los más pobres y vulnerables, donde haya trabajo digno para adultos y jóvenes, donde la corrupción que gangrena nuestra sociedad sea combatida con eficacia, donde juntos trabajemos por el Reino de Dios y su justicia.
Soñamos con un Ecuador que valore su diversidad cultural, sus raíces e identidad cristiana. Que sin distinción seamos hermanos, miembros de una misma familia. Un país donde se reconozca el aporte de la fe en la búsqueda de una sociedad más humana. Un Ecuador que descubra y rechace los nuevos colonialismos culturales, que se expresan en la destrucción de la familia y la vida, en la cosificación de las personas y en la imposición de ideologías perversas.
Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa, pensar que no hay auténticos valores cristianos donde gran parte de la población ha recibido el bautismo y expresa su fe y su solidaridad fraterna de múltiples maneras. Debemos reconocer una cultura popular que contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente (Cf. EG 68).
Soñamos con un país que cuide integralmente la creación, que custodie la vida humana, como también la vida desbordante de los ríos, los mares, los páramos, los bosques y los valles. Un Ecuador que tome medidas claras contra la contaminación y regule racionalmente la explotación minera.
Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño, le pertenecen al Dios de la vida, que las ama con ternura (Cf. Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde (LS 89).
