“La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestras parroquias, de nuestras familias. Abrir el corazón y salir al encuentro de Jesús y de los demás para llevar la luz y la alegría de nuestra fe. Salir con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que nosotros ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios el que nos guía y nos marca el camino” (Papa Francisco).
La celebración de la Semana Santa nació en Jerusalén en los primeros siglos del cristianismo, pues esta ciudad fue testigo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Las celebraciones abarcaban desde el Domingo de Ramos hasta la Pascua.
Con la celebración de la Vigilia Pascual iniciamos propiamente el tiempo de Pascua, cincuenta días que constituyen el tiempo más fuerte del año litúrgico. Dura siete semanas, hasta Pentecostés. Todo este tiempo viene a ser la Pascua del Señor que ha pasado a la gloria. También es la Pascua de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que es introducida por el Señor a la vida nueva. La resurrección es el más grande de los milagros, es la verdad fundamental del cristianismo. Jesucristo resucitó y así nos demostró que es dueño de la vida y de la muerte.
Uno de los signos más importantes de este tiempo es el cirio pascual, que se enciende la noche de la Vigilia Pascual, como símbolo de la luz de Cristo. El cirio pascual es un símbolo muy expresivo; nos recuerda que, en medio de la oscuridad, surge Cristo victorioso para iluminar el mundo que vivía en tinieblas. Todos recibimos esta luz y, unidos al resucitado, estamos llamados a iluminar con la luz de nuestra fe y de las buenas obras.
Creer en el Resucitado nos compromete a celebrar nuestra fe y a compartir con los demás el Evangelio de la vida, pero también es una llamada a poner en práctica lo que predicamos, evitando todo lo que destruye y divide: el odio, la mentira, las calumnias, los abusos de toda índole, la corrupción, la marginación de los más débiles y necesitados.
El mundo cambiará si los cristianos nos tomamos en serio las palabras del Señor y pasamos de una religión teórica y retórica a una vivencia de la fe, si dejamos nuestros espacios de confort y salimos a buscar, como el buen samaritano, al hermano abandonado al borde del camino. Hoy esos hermanos descartados por la sociedad de consumo son los niños asesinados en el vientre materno, los hambrientos y quienes no tienen un techo digno, las mujeres, niños y ancianos abandonados, los que no tienen trabajo, los discapacitados y los jóvenes sumidos en el mundo de las drogas y la violencia.
Nuestra Pascua será diferente si buscamos al Señor entre los vivos. Celebremos la fiesta más grande del cristianismo con el encuentro familiar y la cercanía fraterna. No dejemos que pasen estos días sin reconciliarnos con quienes no tenemos una buena relación para ofrecerles el abrazo de paz, signo con el que Cristo Resucitado saludó a sus discípulos y los envió a ser portadores de este don al mundo entero. ¡Felices Pascuas de Resurrección!
