En nuestro tiempo lleno de contradicciones, persecuciones, escándalos, rechazos a la fe y a la vida, el mundo espera de la Iglesia un mensaje claro y valiente, diferente a las noticias que ordinariamente escuchamos.
Solo existe un mensaje que no pasa de moda y que responde a nuestras más profundas inquietudes. No es una noticia sobre economía o política, no hace referencia a las armas o al poder temporal, no trata de teorías o propuestas de escritorio para salvar el mundo. La Iglesia no se cansará de predicar a Jesucristo, rey de la paz, que nos llama a todos a reconocernos hermanos e hijos de un mismo Dios.
Es necesario que Jesucristo, en quien se resume todo, sea proclamado con claridad e inmensa caridad entre nuestros hermanos, para que nos esforcemos por darles fresco y puro el Pan de la Buena Nueva y el alimento celestial de la Eucaristía, único medio para ser verdaderamente Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo (Papa León XIV).
En nuestro trabajo pastoral jamás podemos olvidar la centralidad de Jesucristo. El Papa León XIV nos ofrece tres recomendaciones, a saber, tres dimensiones que están interconectadas en el trabajo pastoral: la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio a todos, el trato justo a los pueblos y el cuidado de la casa común.
En esta misión, nos mueve la certeza, confirmada por la historia de la Iglesia, de que dondequiera que se predica el nombre de Cristo, la injusticia retrocede proporcionalmente, pues toda explotación del hombre por el hombre desaparece si sabemos acogernos unos a otros como hermanos (Mensaje al CELAM, 17.08.2025).
Dentro de esta doctrina perenne, afirma el pontífice, no es menos evidente el derecho y el deber de cuidar la casa que Dios Padre nos ha confiado como diligentes administradores. Para que nadie destruya irresponsablemente los bienes naturales que hablan de la bondad y belleza del Creador, ni, mucho menos, se someta a ellos como esclavo o adorador de la naturaleza, ya que las cosas nos fueron dadas para alcanzar nuestro fin de alabar a Dios y obtener así nuestra salvación (Ídem).
Solamente predicando a Jesucristo podremos sanar las heridas de la sociedad. Solo el fuego del amor de Dios puede transformarnos y purificarnos. Pero el mensaje del Señor exige posturas claras; ante los atentados contra la vida, no podemos permanecer indiferentes: el aborto, el crimen organizado, la trata de personas, la violencia en nuestras calles, el narcotráfico y los abusos en todas sus manifestaciones son pecados que claman al cielo. La injusticia retrocede allí donde se proclama el nombre de Cristo y crece donde no se habla de Dios y se predica solo para buscar aplausos y reconocimiento público.
Qué importante es para los pastores de la Iglesia tener plena conciencia sobre la importancia de nuestra vocación y misión en medio del pueblo. El sacerdote está en la comunidad para escuchar, unir, orientar, predicar la palabra de Dios y amar a todos, lejos de banderas políticas o posturas ideológicas que dividen y enfrentan a los hermanos. La violencia nunca ha sido ni será el camino de la Iglesia. Los grandes santos han conquistado el mundo para Dios, siempre con amor y respeto, con la paciencia y la sabiduría que solo el Espíritu Santo da a los que lo invocan.
