El Mensaje del Santo Padre para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos 2025, en el marco del Jubileo de la Esperanza nos invita a reconocer que el paso de los años no anula la esperanza, más bien la fortalece y es fuente de alegría. En la Biblia descubrimos a muchos hombres y mujeres de edad avanzada que tomaron parte activa en la historia de la salvación. Dios los llamó y confió en ellos. Tenemos los ejemplos de Abrahán, Sara, Moisés, Zacarías e Isabel. La tradición cristiana también recoge las figuras de Joaquín y Ana, abuelos del Niño Jesús. Ellos escucharon con fe, confiaron en las promesas de Dios y no quedaron defraudados. El Señor confió sus designios a la experiencia de los ancianos, de los pequeños y débiles a los ojos del mundo, confundiendo, una vez más, a los poderosos. “Con estas elecciones, Dios nos enseña que, a sus ojos, la ancianidad es un tiempo de bendición y de gracia, y que para Él los ancianos son los primeros testigos de esperanza”.
En nuestro tiempo, caracterizado por la cultura del descarte, debemos recordar que “la fragilidad de los ancianos necesita del vigor de los jóvenes, y que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir. ¡Cuán a menudo nuestros abuelos han sido para nosotros ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Este hermoso legado, que nos han transmitido con esperanza y amor, siempre será para nosotros motivo de gratitud y de coherencia”.
Considerando a las personas ancianas desde la perspectiva jubilar, como tiempo para reparar las desigualdades e injusticias, “también nosotros estamos llamados a vivir con ellas una liberación, sobre todo de la soledad y del abandono. Este año es el momento propicio para realizarla; la fidelidad de Dios a sus promesas nos enseña que hay una bienaventuranza en la ancianidad, una alegría auténticamente evangélica, que nos pide derribar los muros de la indiferencia. Nuestras sociedades, en todas sus latitudes, se están acostumbrando a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido sea marginada y olvidada”.
Toda la Iglesia, llamada a evangelizar a los pobres, debe sentirse responsable en el cambio de esta situación. “Cada parroquia, asociación, grupo eclesial está llamado a ser protagonista de la revolución de la gratitud y del cuidado, y esto ha de realizarse visitando frecuentemente a los ancianos, creando para ellos y con ellos redes de apoyo y de oración, entretejiendo relaciones que puedan dar esperanza y dignidad al que se siente olvidado”.
En Cuenca hemos vivido la Jornada Mundial de los abuelitos y ancianos con la celebración de la Eucaristía, en la fiesta de los santos Joaquín y Ana. Recordando que santa Ana es la patrona de nuestra ciudad. El ejemplo de nuestros abuelitos nos dice que su vida está llena de esperanza, que tienen la libertad de los hijos de Dios y nadie puede quitarles su capacidad de amar, rezar, compartir y entregar su ternura y sabiduría.
El amor por nuestros seres queridos no se apaga cuando las fuerzas se desvanecen. Al contrario, el afecto y la gratitud son señales de una buena familia cristiana que descubre en los ancianos la presencia de Dios.
