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Mensaje Pastoral de Monseñor Marcos Pérez, Arzobispo de Cuenca

Busquemos a Cristo Resucitado en el camino de la vida

Busquemos a Cristo Resucitado en el camino de la vida

Durante la Semana Santa la Iglesia nos invitó a mirar a Jesús que, desde la cruz, contempla con ojos de misericordia a la humanidad y pide al Padre perdón para aquellos que no saben lo que hacen. Al resucitar, el Señor nos dice que debemos buscarlo entre los vivos, encontrarlo en la Galilea de nuestra vida cotidiana: la familia, los compañeros de camino, el necesitado, el hermano solo y desamparado.
Sus apariciones a los discípulos de ayer y hoy interpelan nuestra pequeña fe, nos empujan a salir de la comodidad de una religión sin compromiso. Jesús vivo nos recuerda que si no somos Iglesia misionera no hemos asimilado su mensaje, que siempre impulsa al anuncio de la Buena Nueva y a la denuncia de las esclavitudes que destruyen la dignidad de las personas.
Si en esta Pascua contemplamos el mundo con la mirada de Cristo, que nos libera de nuestras miserias, descubrimos los rostros de quienes sufren: indígenas y marginados que no son tratados con respeto e igualdad, mujeres excluidas, jóvenes que no pueden estudiar ni trabajar, campesinos, pobres, desempleados, migrantes, niños abortados o abusados, familias que viven en la miseria, hermanos sumidos en el mundo de las drogas, la prostitución y la violencia, ancianos descartados por la familia y la sociedad. Países sumidos en el caos y la pobreza, escandalizados por gravísimos problemas de corrupción en sus autoridades. Son tantos los hombres y mujeres explotados, desechados y olvidados por nuestro egoísmo (Cf. Doc. Aparecida, 65-69).
Después de contemplar tanto dolor, debemos pues, preguntarnos: ¿Cómo podemos contribuir para solucionar los graves problemas sociales? ¿Cómo solucionar esta crisis humanitaria? ¿Qué camino seguir para encontrar la verdadera solidaridad, para demostrar con obras que creemos en el Dios que redime y hace nuevas todas las cosas? Los problemas sociales y familiares son múltiples y la Iglesia iluminada por la fe en el resucitado debe actuar. El mundo espera una palabra orientadora, no repuestas ideológicas, siempre falsas, que destruyen la persona, la familia y la naturaleza, propuestas que degradan al hombre hundiéndolo en el mundo de una falsa felicidad sin Dios, sin valores, sin fe.
Es urgente buscar respuestas adecuadas y serios compromisos para socorrer al hermano herido y maltratado. El trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia, ella no es sujeto político y no puede perder su independencia identificándose con partidos políticos. Solo manteniendo su independencia puede orientar y ofrecer opciones valederas, principios fundamentales no negociables, porque subrayan la dignidad de la persona, la defensa de la vida, la protección de la familia, el derecho al trabajo, a la vivienda, al estudio, etc. La Iglesia responde formando la conciencia, actuando como defensora de los derechos humanos, de la justicia y la verdad. Ella sabe que es fundamental la formación de los laicos. Hacen falta líderes católicos, políticos, universitarios, comunicadores y actores sociales identificados con el Evangelio, con vocación de servicio. El buen creyente no solo se compromete dentro de la Iglesia, el discípulo de Jesús se compromete con el mundo, con una fe activa se esfuerza cada día por ser honesto, servicial, justo y trabajador. Solo con hombres y mujeres amigos de Dios se sembrará la justicia y el amor en la sociedad.

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