El encuentro con Jesucristo es la clave de ser cristianos: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DA, 12.).
Este encuentro produce en el pueblo una profunda alegría, que se manifiesta por medio de la oración, el canto, la danza, el compartir y sobre todo con la búsqueda de una sincera conversión. La alegría es la trascendencia del cristiano, una alegría hecha de paz verdadera y no falaz como la que ofrece la cultura actual, que inventa tantas cosas para divertirnos, innumerables pedacitos de dulce vida.
“La alegría cristiana es la paz. La paz que está en las raíces, la paz del corazón, la paz que sólo Dios nos puede dar. La alegría no es una cosa que se compra en el mercado, es un don del Espíritu y vibra también en los momentos de la turbación y de prueba” (Papa Francisco).
Estos días la liturgia de la Iglesia nos invita a alegrarnos por la próxima llegada del Mesías. Hoy, más que nunca, esta llamada resuena en un mundo caracterizado por la tristeza, el odio, la amargura y la violencia. Nuestra gente pregona su alegría en este tiempo con una tradición religiosa y cultural muy nuestra: “El Pase del Niño Jesús”. Aquí se manifiesta el alma del pueblo, surgen los mejores sentimientos de fe y esperanza, porque Dios viene a salvarnos. No deja de mirarnos con misericordia y amor, y se hace niño para conquistarnos con su ternura.
De estas expresiones de fe tan sencillas y espontáneas parte la llamada teología del pueblo. Es una teología que no pretende ilustrar ni aleccionar; se esfuerza por escucharlo y aprender de él. En la piedad popular se encuentra una reserva moral de valores con un auténtico humanismo cristiano. Hay que tener una mirada de fe sobre la realidad para reconocer lo que siembra el Espíritu. Una cultura evangelizada contiene valores de fe, de solidaridad y una sabiduría peculiar.
El Papa Francisco, en el Congreso de Religiosidad Popular 2024, señaló que, “aunque la fe cristiana ha experimentado momentos de declive, la piedad popular sigue siendo un vehículo crucial para transmitir la fe. La Piedad popular nos remite a la Encarnación como fundamento de la fe cristiana, que se manifiesta siempre en la cultura, la historia y los lenguajes de un pueblo, y se transmite por medio de los símbolos, las costumbres, los ritos y las tradiciones de una comunidad viva. Sin embargo, existe el riesgo de que esta piedad se convierta en una mera manifestación externa o folclórica, sin llevar a un encuentro genuino con Cristo. La fe no debe verse como algo privado, sino que debe involucrar un compromiso hacia el bien común, como lo demuestra el trabajo de los cristianos a lo largo de la historia en áreas como la caridad, la educación y la salud. La fe verdadera implica un compromiso y un testimonio hacia todos, para el crecimiento humano, el progreso social y el cuidado de la creación, como signo de la caridad”.
